¿Qué significa ser santo según la Biblia?

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Para entender lo que significa ser santo según la Biblia, debemos adentrarnos en el rico tapiz de las Escrituras, donde la santidad es un tema central y recurrente. El concepto de santidad está entretejido a lo largo de la narrativa bíblica, desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo Testamento, y abarca la naturaleza de Dios, el llamado de Su pueblo y la obra transformadora del Espíritu Santo en la vida de un creyente.

En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea para santo es "qadosh", que significa "apartado" o "sagrado". La primera mención de la santidad en la Biblia se encuentra en Génesis 2:3, donde Dios santifica el séptimo día, apartándolo como santo. Este acto de apartar es fundamental para entender la santidad. Dios es inherentemente santo, distinto de Su creación, y Su santidad es un atributo definitorio de Su carácter. En Isaías 6:3, los serafines alrededor del trono de Dios proclaman: "Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria". Esta declaración tripartita enfatiza la santidad absoluta e incomparable de Dios.

La santidad de Dios también se refleja en Su perfección moral y pureza. En Levítico 11:44-45, Dios ordena a los israelitas: "Porque yo soy el Señor su Dios. Conságrense, pues, y sean santos, porque yo soy santo". Aquí, la santidad no se trata solo de estar apartado, sino también de encarnar el carácter moral de Dios. Los israelitas fueron llamados a vivir de una manera que reflejara la pureza y justicia de Dios, lo que implicaba seguir las leyes y mandamientos que se les dieron.

Pasando al Nuevo Testamento, la palabra griega para santo es "hagios", que de manera similar significa "apartado" o "sagrado". El concepto de santidad se expande en el Nuevo Testamento para incluir la obra de Jesucristo y el Espíritu Santo. En 1 Pedro 1:15-16, Pedro hace eco del llamado de Levítico, instando a los creyentes: "Pero así como aquel que los llamó es santo, sean santos en todo lo que hagan; porque está escrito: 'Sean santos, porque yo soy santo'". Este llamado a la santidad está arraigado en la obra transformadora de Cristo y la morada del Espíritu Santo.

El Nuevo Testamento introduce la idea de la santificación, que es el proceso de volverse santo. La santificación es una obra de la gracia de Dios mediante la cual los creyentes son progresivamente transformados a la semejanza de Cristo. En 1 Tesalonicenses 4:3, Pablo escribe: "La voluntad de Dios es que sean santificados: que se aparten de la inmoralidad sexual". La santificación implica tanto un aspecto posicional, donde los creyentes son declarados santos a través de su unión con Cristo, como un aspecto progresivo, donde crecen en santidad mediante la obra del Espíritu Santo.

El aspecto posicional de la santificación es evidente en pasajes como Hebreos 10:10, que dice: "Y en virtud de esa voluntad, hemos sido santificados mediante el sacrificio del cuerpo de Jesucristo, una vez para siempre". A través del sacrificio expiatorio de Cristo, los creyentes son declarados santos y apartados para los propósitos de Dios. Esta santidad posicional es un don de gracia y no algo que se pueda ganar mediante el esfuerzo humano.

El aspecto progresivo de la santificación es un proceso continuo en la vida de un creyente. En Filipenses 2:12-13, Pablo exhorta a los creyentes a "seguir ocupándose de su salvación con temor y temblor, porque Dios es quien obra en ustedes tanto el querer como el hacer para cumplir su buena voluntad". Este proceso implica la cooperación con el Espíritu Santo, quien capacita a los creyentes para vivir vidas santas. A medida que los creyentes se rinden al Espíritu, son transformados a la imagen de Cristo, reflejando Su carácter y santidad.

La santidad, por lo tanto, es tanto un estado de ser como una forma de vivir. Es un estado de estar apartado para Dios, hecho posible a través de la obra de Cristo, y es una forma de vivir que refleja el carácter y la pureza moral de Dios. Este doble aspecto de la santidad se captura bellamente en 2 Corintios 7:1, donde Pablo escribe: "Por tanto, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios".

La búsqueda de la santidad implica varios elementos clave. Primero, requiere una profunda reverencia por Dios y un deseo de honrarlo en todos los aspectos de la vida. Esta reverencia nace del reconocimiento de la santidad de Dios y una respuesta a Su amor y gracia. Segundo, implica un compromiso con la obediencia, como se ve en Juan 14:15, donde Jesús dice: "Si me aman, guarden mis mandamientos". La obediencia a los mandamientos de Dios es una expresión tangible de santidad, reflejando una vida apartada para Sus propósitos.

Tercero, la búsqueda de la santidad requiere una dependencia del Espíritu Santo. En Gálatas 5:16, Pablo instruye a los creyentes a "andar en el Espíritu, y no satisfarán los deseos de la carne". El Espíritu Santo capacita a los creyentes para vencer el pecado y vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Esta dependencia del Espíritu es esencial para la santificación progresiva, ya que es a través de la obra del Espíritu que los creyentes son transformados a la semejanza de Cristo.

Finalmente, la búsqueda de la santidad está marcada por un proceso continuo de autoexamen y arrepentimiento. En 1 Juan 1:9, se nos recuerda: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad". La confesión y el arrepentimiento son componentes vitales del proceso de santificación, permitiendo a los creyentes abordar áreas de pecado y buscar el perdón y la limpieza de Dios.

En conclusión, ser santo según la Biblia significa estar apartado para Dios, reflejando Su carácter y pureza moral. Implica tanto un aspecto posicional, donde los creyentes son declarados santos a través de su unión con Cristo, como un aspecto progresivo, donde crecen en santidad mediante la obra del Espíritu Santo. La búsqueda de la santidad requiere una profunda reverencia por Dios, un compromiso con la obediencia, dependencia del Espíritu Santo y un proceso continuo de autoexamen y arrepentimiento. La santidad no es meramente un concepto abstracto, sino una realidad tangible que da forma a la vida de un creyente, permitiéndole reflejar la gloria de Dios y cumplir Sus propósitos en el mundo.

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